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domingo, 18 de septiembre de 2011

TEMA I: LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA GRIEGA. EL PASO DEL MITO AL LOGOS.





EL PASO DEL MITO AL LOGOS: EL NACIMIENTO DE LA FILOSOFÍA.
La filosofía surgió DE manera independiente o aislada en tres zonas distintas y distantes de nuestro planeta: en la India, en China y en Grecia. En los tres lugares, se observa el esfuerzo de los primeros filósofos por liberarse de las tradiciones del pensamiento arcaico y sustituirlas por una especulación más libre; es decir, no sujeta a las convenciones interpuestas por la fe. De un lado, la Filosofía en la India surgió en un clímax de sacerdotes y ascetas; de otro, la filosofía china nace tratando de mejorar socio-políticamente un hábitat funcional. Ambas surgen tierra adentro, muy lejos del mar. La práctica filosófica en Grecia surgió, en cambio, en islas y puertos de mar, entre comerciantes y marinos; por tanto, en ausencia de sacerdotes y funcionarios.
La filosofía griega nació entre los jonios, en el s. VI a.C., sobre todo en la ciudad mercantil de Mileto. En aquel siglo, Mileto era la mayor ciudad de todo el mundo griego. Su gobierno era aristocrático. La principal característica de los milesios es que eran gente de mundo, abiertos, curiosos y sin prejuicios, dados a los viajes, a la navegación, al contacto con otros pueblos y culturas. Por medio de ellos, entraron en Grecia los elementos más importantes del pensamiento, la ciencia y la técnica de Mesopotamia y Egipto.
Los primeros pensadores griegos eran, todos ellos, hombres acomodados naturales de Mileto. Gracias a esta cultura jonia, se introdujo en Grecia la Geometría egipcia y la Aritmética babilónica; por poner un ejemplo, fue en esta época cuando se dibujaron los primeros mapas del mundo. No polemizaron con la religión ni con los mitos; sin embargo, –y esto es lo que marca el comienzo de la filosofía– dejaron de tomárselos en serio y comenzaron la práctica de una suerte de especulación intelectual libre. Estos pensadores se marcaron como objetivo principal explicar el mundo, y para ello recurrieron a describir el primer principio que da origen al mundo y que a su vez lo explica.
La tesis principal de la escuela de Mileto fue su intento de explicar el origen y estructura del mundo basándose en la experiencia, esto es, en un saber empírico. La tesis metodológica más importante de los primeros pensadores fue el siguiente postulado: la variedad y multiplicidad de las cosas en el cosmos se encontraba ordenada por un principio, o bien deriva de una substancia única. De tal modo, que esta variedad podía explicarse como producto de cierto proceso de evolución a partir de esta substancia material única que está por debajo de todo.
Lo que se intentó, en suma, fue una teoría unificada del universo: de su aparición, su estructura y sus procesos de cambio y transformación, sobre la base sola de principios físicos.
Formularon una serie de posibles hipótesis cosmológicas en forma de especulaciones razonadas acerca de la naturaleza de las cosas. Resulta especialmente significativo el hecho de que no fueran simplemente distintas interpretaciones posibles, sino que se desarrollaran junto con la crítica, y que cada una representa un intento por superar las insuficiencias de la anterior. Por consiguiente, lo que surge, de este modo, es una dialéctica (un proceso de conjetura y crítica argumentativa) que se distingue hasta el mayor punto de inflexión posible del ya antiguo pensamiento basado en el mito y, por tanto,  del sentido común acrítico.

La explicación racional de los filósofos presocráticos no va más allá de los datos obtenidos a partir de la observación de la Naturaleza, physis, que consideran como única realidad. Ésta acaba constituyendo el objeto de estudio de ámbito universal para estos filósofos. Aristóteles se refirió a los pensadores presocráticos con la denominación de “físicos”, ya que la labor de éstos principalmente trataba de explicar conceptos como la realidad corpórea o la esfera del ser físico.
La Naturaleza, por ser el centro de explicación racional para los pensadores del siglo vi a. C, constituye una temática que les mantiene unidos a todos. En cambio, los diferentes modos de tratarla, como totalidad, como esencia o en su sentido teleológico (de finalidad), produce diferentes modelos de explicación racional.

Los filósofos presocráticos centran su reflexión racional en tres aspectos fundamentales de la naturaleza: su origen, su esencia y su causa.

EL MITO
Del griego ‘μῦθος’. Cabe entender por mito el conjunto de narraciones y doctrinas tradicionales de los poetas acerca del mundo, los hombres y los dioses. El mito pretende ofrecer una explicación del mundo basada en los designios de los dioses; para ello se basa en la narración y presenta una explicación en la que encuentran respuesta los problemas y enigmas más acuciantes y fundamentales acerca del origen y naturaleza del universo, del hombre, de la civilización y la técnica, de la organización social, etc


EL LOGOS.
La explicación racional (‘λόγος’) comienza cuando la idea de arbitrariedad es suplantada definitivamente por la idea de necesidad, es decir, cuando se impone la convicción de que las cosas suceden cuando y como tienen que suceder por una factor causal, con una finalidad, gracias a unos factores y provocando un efecto.

LA FILOSOFÍA PRESOCRÁTICA.
En filosofía presocrática, por encima de todos los temas, domina el problema del cosmos (como lo ordenado y adornado, en oposición al caos, la realidad, mundo como conjunto ordenado que el hombre es capaz de entender). En cuanto a la reflexión enfocada al ser humano, no se problematiza, no se trata como problema filosófico concreto, sino que éste es visto como parte de la naturaleza. Los mismos principios que explican la constitución del mundo físico explican también la del hombre: Es tarea de la filosofía presocrática rastrear y reconocer, más allá de las apariencias múltiples y continuamente mudables de la naturaleza. La unidad que hace de ésta substancia un mundo: la única substancia que constituye su ser, la ley única que regula su devenir, su cambio. La substancia es, para los presocráticos, la materia de que todas las cosas se componen; pero es también la fuerza que explica su composición, su nacimiento y su muerte, su perpetua mutación. Es su principio no sólo en el sentido que explica su origen sino también y sobre todo en el sentido que la hace inteligible, comprensible y reunifica aquella multiplicidad y mutabilidad de las cosas que parece, a primera vista, tan rebelde a cualquier consideración unitaria.
La filosofía presocrática ha conquistado por primera vez la posibilidad especulativa de concebir la naturaleza como un mundo y establecido como base de tal posibilidad a la substancia, entendida como principio del ser y del devenir.
Los pensadores presocráticos verificaron por primera vez la reducción de la naturaleza a objetividad, que es condición primaria de toda consideración científica de la naturaleza.

 MONISTAS.
Admiten que los procesos de generación y corrupción, de cambio de la naturaleza se reducen a cambios cualitativos de una sola substancia. Todos ellos sostienen que el origen de todo lo que vemos y de todo lo que existe se justifica desde un solo elemento. A partir de él surge la pluralidad.

HERÁCLITO  (550- 480 a .C.)
Con Heráclito –y Parménides– se inaugura la metafísica -parte de la Filosofía que trata del ser en cuanto tal, y de sus propiedades, principios y causas primeras-; es decir, se pone en el centro del pensamiento el problema del ser de todas la cosas conocidas.
La unidad del ser es una unidad armonizada y jerarquizada. El ser (el lógos) no es fácilmente accesible a todos; se mantiene oculto en la medida en que es el elemento que estructura la realidad, y justo por ello no tiene que aparecer explícitamente. Más allá de la apariencia del cambio lo que aparece es la totalidad del ser. Todas las cosas, aunque plurales en apariencia y totalmente discretas, están, en realidad, unidas en un complejo coherente, del que los hombres constituyen una única parte y cuya comprensión es, por tanto, lógicamente necesaria para la adecuada promulgación de sus propias vidas.
Es con Heráclito y Parménides, y a partir de ellos, cuando se observa que aspectos diferentes de la misma cosa pueden justificar descripciones opuestas. Los opuestos están enlazados de un modo esencial, porque se suceden mutuamente sin más.
Si el equilibrio entre los opuestos no se mantuviera, cesaría la unidad y coherencia del mundo. El equilibrio total del cosmos sólo puede mantenerse si el cambio en una dirección comporta otro equivalente en la dirección opuesta. Todas las cosas luchan con sus contrarios y se cambian en sus contrarios, y de esta lucha surgen todas las cosas.
Todas las cosas surgen de lo mismo, son en el fondo lo mismo; aquello que forma la unidad originaria del mundo es el fuego, elemento dinámico y guerrero por excelencia. Para Heráclito, el fuego es la forma arquetípica, modélica, de la materia.
Las cosas cambian continuamente mediante la lucha y la tensión producidas por el fuego, que constantemente se enciende y apaga y lo transforma todo. Esto es, somos y no somos, en cada momento somos otro distinto, como el río que fluye, en cada instante igual y distinto a sí mismo.

 PARMÉNIDES (s. V a.C.)
Para Parménides la razón es el único camino para llegar a la verdad. A través de los sentidos captamos lo falso del mundo. El ser de las cosas se encuentra más allá, a un nivel más profundo. Lo falso es el cambio, lo que hay de cambiante en todas las cosas,  y lo verdadero, lo que conocemos por la razón, es lo estático, que es el ser. La razón es el camino para conocer la verdad y los sentidos son el camino para conocer la opinión. A través de esta última, hemos dado existencia a los fenómenos inexistentes. Todos los objetos de los sentidos son para él “meros nombres”, sin existencia substancial, pura invención. El camino de la verdad es la vía de la luz, que nos conduce al conocimiento de los primeros principios de todas las cosas, al contrario que el de la Opinión (doxa), que es la de la oscuridad o de la noche.

Según Parménides, para alcanzar la verdad hay que: 1) prescindir de los sentidos y acudir al pensamiento; 2) hay que pensar correctamente, a partir de premisas correctas; Parménides acepta, por tanto, que tanto verdad como error son deducidos.
Su punto de partida es la distinción entre ser/pensar. Es posible que un nombre no diga nada real; la palabra es concebida como un nombre que se da a la cosa: la cosa no es su nombre, sino que recibe un nombre. Esto nos lleva a la distinción entre palabra y cosa: la palabra es nombre, pero sólo nombre, no llega a representar el verdadero ser de la cosa.
Si el no ser no es y, por tanto, no se lo puede enunciar, podemos negar el vacío y la pluralidad. La definición de cualquier pluralidad se podría resumir en la fórmula A no es B, pero esto es lo mismo que decir que no B es, y por tanto, el no ser es, lo cual es una contradicción; por tanto, no hay pluralidad.
Si no hay pluralidad no hay movimiento, no puede darse el paso de algo a otra cosa distinta, ya que no hay nada diferente. Pero, en este punto (aún estamos en una proposición condicional): si no hay pluralidad no hay movimiento. Por ello, para negar el movimiento, Parménides intenta hacer ver que la propia proposición que expresa el movimiento es contradictoria en sí misma, ya que en el movimiento sólo se podría pasar del no ser al ser o del ser al no ser; pero para afirmar el movimiento así entendido hemos de admitir un elemento que no puede ser pensado: el no ser; por tanto, el movimiento no existe, aunque de algún modo es (Aristóteles lo enunciará en términos de potencia versus acto).
A partir de este desarrollo llegamos a la afirmación de que el ser es; pero el ser es uno, inmóvil, sin fin; sin embargo, “sin fin” no quiere decir infinito; no puede ser infinito porque entonces le faltaría algo; y si le faltase algo le faltaría todo, no sería; pero, como, a pesar de todo, -concluye Parménides- es, tendremos que concluir que no tiene fin, pero no es infinito.
 
ANAXÁGORAS (Siglo V a.C.)
Aceptaba las tesis de Parménides pues pensaba que la generación y corrupción –En contra de lo que proponía Heráclito- no son posibles en la naturaleza. Tampoco admitía la existencia del vacío.
En la naturaleza sólo hay mezclas y disgregaciones y nada puede surgir o desaparecer. Consideraba que en la realidad hay tantos elementos como substancias distintas existen, por lo que debía de haber un número infinito de elementos, a lo que llamó semillas (Aristóteles se referiría a estas “semillas” como homeomerías). Estas semillas poseen todas las cualidades, primarias y secundarias, y son eternas e inmutables. Para Anáxagoras nada procede de la nada, sino que todo se ha generado a partir de todo; así cada una de las cosas contiene de alguna manera todas las demás. Las semillas son infinitas y pueden dividirse hasta el infinito sin agotarse, ya que al no existir la nada siempre quedará una porción que poseerá las mismas cualidades.
En su cosmología, mantiene que las diversas uniones de las semillas se deben al Nous (o “Inteligencia ordenadora del cosmos”). Es decir, del caos originario se pasa al cosmos (orden) gracias a la intervención del Nous y una vez puesto en movimiento el universo se podría explicar por sí mismo, sin necesidad de apelar al Nous. El Nous se limita a dar movimiento de torbellino a toda la masa inicial compuesta por semillas de todas las cosas y la rotación originó la separación de los elementos.   

 PLURALISTAS.
Se han llamado así porque todos parten de una pluralidad de principios originarios. Todos ellos explican la generación del universo por la asociación de diferentes cuerpos elementales que forman agregados. Estos pensadores ven que es imposible explicar la pluralidad de las cosas a partir de un único principio, por eso deciden que sea la pluralidad misma la que lo explique. Es una pluralidad de elementos en una mezcla originaria la que da como resultado el cosmos.

 PITÁGORAS (570- 490 a .C)
  
los pitagóricos creyeron que los principios de las matemáticas eran los principios de todos los entes, de todo ser que tenga existencia en el mundo.
¿Cómo tuvo su origen esta idea? Parte de la metamúsica: Los griegos sabían producir diversos tonos, más o menos altos o bajos, con diversos instrumentos. Sabían que entre ciertos tonos había unos intervalos especialmente agradables de oír: quinta, octava y cuarta. Estos tonos y estos intervalos constituían la escala tonal. Mediante los intervalos se introducía orden, armonía y belleza, límite y estructura, en el desordenado e ilimitado campo de los tonos. Pitágoras se dio cuenta de que cuanto más corta es la cuerda de una lira, tanto más alto es el tono que su vibración produce, y trató de descubrir alguna relación cuantitativa entre la longitud de la cuerda y la altura del tono producido, llegando a la conclusión de que los intervalos octava, quinta y cuarta entre tonos se reducen a las proporciones 2:1, 3:2 y 4:3. Es decir, los intervalos musicales son completamente explicables por las proporciones numéricas, son números. Pero, si la música se reduce a números, ¿por qué no todo lo demás? Parece ser -concluyó Pitágoras- que todas las cosas son en último término números.
Los números son realidades que tienen un equivalente geométrico, estrictamente material y que se corresponde directamente con el número. El número es equivalente al punto; pero “punto” entendido como unidad geométrica, unidad de medición; a partir del punto se puede construir toda la realidad.

Importante es también mencionar la religión oscurantista que profesaban los pitagóricos, el orfismo: religión de culto a Dionisos que buscaba la purificación a través de virtudes místicas y ascéticas. La base de esta religión es que el ser humano tiene una naturaleza dual, el cuerpo y el alma, en la que ésta se encuentra prisionera en el cuerpo. El cuerpo es “lo malo” y el alma, “lo divino”, por lo que se entiende esta vida como una preparación para una vida más allá, así se cree en la resurrección y reencarnación mediante un proceso de transmigración de las almas, se crean unas normas de conducta para desligarse del cuerpo. Esta religión constituye la cosmovisión de las clases sometidas. (Esta idea la retomará Platón explicándola a través de su Alegoría del auriga)
 
EMPÉDOCLES  (483-424a.C.)
Parménides había sostenido que la realidad no puede proceder de la no realidad, e intuye que tampoco la pluralidad parte de una única unidad originaria (su monismo deviene, como hemos visto, del punto de partida del conflicto “ser” frente a “no ser”). Empédocles se enfrenta con ambas exigencias simultáneamente. Para este pensador, no hubo nunca, una unidad original, sino más bien cuatro substancias distintas desde siempre: Fuego, Aire, Tierra y Agua. Estos elementos llenan entre sí la totalidad del espacio y no dejan lugar en el Universo al vacío inexistente. Todos los seres se componen de estos elementos o formas irreducibles de materia, combinados en diversas proporciones. Cuando se dice que una cosa nace o perece, sólo acontece, en realidad, que una combinación temporal de dichos elementos indestructibles se disuelve y surge otra. El cambio no es más que una simple reordenación y dos son las fuerzas motrices últimas, que, en unión de dichos elementos, pueden realizar esta nueva mezcla para explicar el movimiento en el espacio, el amor y el odio.

LOS ATOMISTAS: LEUCIPO Y DEMÓCRITO (s. Va.C)
Leucipo y Demócrito aceptaban la tesis parmenídea de que lo existente es eterno e inmutable, y al mismo tiempo rechazaban que sea un único objeto. Lo existente está constituido por una infinidad de objetos duros, indivisibles, eternos e inalterables: los átomos. Defendían la existencia del vacío, condición del movimiento de los átomos. Eso es todo lo que realmente hay: los átomos y el vacío.
Por debajo de las apariencias lo único que de verdad ocurre es que los átomos se juntan o se separan y adoptan momentáneamente configuraciones como resultado de sus choques. Los átomos mismos no cambian, ni nacen, ni mueren, sino que permanecen eternamente inalterados e idénticos a sí mismos.
Sin vacío, no puede haber movimiento; sin embargo, puesto que evidentemente el movimiento es algo real, ese espacio vacío tiene que ser también una realidad. Lo existente es la materia, los átomos. Lo no existente es el vacío (ojo, se marca la diferencia entre el verbo “ser” y el verbo “existir”). De algún modo, pues, tanto lo existente como lo no existente son dos realidades. El vacío es lo que separa unos átomos de otros y aquello en que los átomos se mueven.
Hay un número infinito de átomos, que difieren unos de otros tanto en forma como en tamaño. El universo entero está formado por un espacio vacío e infinito en el que se mueven al azar y en todas direcciones una infinidad de átomos.
Los fortuitos choques y enganches de los innumerables átomos en el infinito espacio vacío producen infinitos mundos distintos.
El mundo es un torbellino de átomos. Los átomos más grandes y los conglomerados más densos se van agrupando en el centro del torbellino, dando lugar a la tierra y el mar. Los átomos más ligeros forman el aire, éstos circulan a mayor velocidad en la periferia del torbellino, arrastrando a su paso a grandes piedras, que son los astros.
La teoría atómica llevó a estos filósofos a distinguir entre cualidades primarias u objetivas (solidez, extensión, figura, forma, movimiento y número) y las secundarias (gusto, color, sabor sonido, las que captamos por nuestros sentidos), subjetivas. [Idea que, como veremos, retomará Aristóteles]
 
 LA DEMOCRACIA ATENIENSE.
Desde la caída de la tiranía de Hippias y las reformas constitucionales de Klistenes, a finales del siglo vi a.C., hasta la conquista de Atenas por los macedonios, a finales del siglo IV a.C., Atenas vivió dos siglos de democracia, brevemente interrumpida durante la guerra del Peloponeso. Las reformas políticas de Klistenes habían acabado con la preponderancia política de la aristocracia, limitando su influencia al Areópago, especie de tribunal constitucional encargado de velar por la constitucionalidad de las leyes y de vigilar su aplicación por los magistrados. El principal exponente de la democracia ateniense fue Pericles -que desde el 461 a .C. hasta su muerte en el 429 a .C.- dominó la política ateniense. Este período representa el punto culminante del Imperio Ateniense, de la democracia ateniense y del esplendor artístico y cultural de Atenas.


Democracia (δημο-, ‘pueblo’ -κρατία ‘gobierno’) significa gobierno del pueblo. Esta democracia era un tanto distinta de lo que hoy entendemos por tal, pues, en Atenas esto se tomaba al pie de la letra. La facultad popular de gobierno no se delegaba en unos representantes elegidos ni se confiaba a una burocracia profesional. Eran los ciudadanos del pueblo ateniense los  que, directamente, ejercían el poder y gobernaban. Y la principal institución del estado era la Asamblea Popular, integrada por el pueblo entero. La Asamblea no era la representación del pueblo, sino el pueblo mismo. La democracia ateniense era una democracia asamblearia directa. La Asamblea era soberana, su poder era total y absoluto, no sometido a ningún tipo de limitación. Ahora bien, cada reunión de la Asamblea era un mitin y el que mejor hablaba o más divertía o impresionaba a la audiencia, el que lograba apasionarla, dominaba la situación política. Sin embargo, en efecto, de los quinientos mil habitantes que llegó a tener Atenas en el siglo V a.C., aproximadamente trescientos mil eran esclavos -que no poseían ningún derecho-, y cincuenta mil metecos -extranjeros-, que carecían de derechos civiles. Si del resto, no tenemos en cuenta a las mujeres, que no eran consideradas como ciudadanos, ni a los niños, que tampoco lo eran de hecho; resulta que el número de “auténticos ciudadanos” era de cincuenta mil, es decir, sólo de alrededor de un diez por ciento de la población.



Era, por tanto, muy importante tener una gran capacidad oratoria, una gran capacidad de convicción. Fue en este contexto en el que apareció la sofística como una filosofía que lo relativizaba todo, sometiéndolo al poder de la palabra y al poder de convicción. La verdad, lo verdadero, ya no estaba en un mundo ideal independiente de nosotros, sino que verdadera era aquella opinión que vencía en una disputa dialéctica. En contraposición a esta filosofía, surgió Sócrates, para quien sí había verdades ciertas, tanto en Ética como en Política, verdades que eran independientes de la mera convención o de la mera conveniencia  como ocurría con los sofistas.

 

LA SOFÍSTICA.

La palabra sophia significaba primariamente habilidad o destreza en un oficio. Más tarde sophós pasó a designar también al que es sabio y prudente. El sofista es el que practica la sophia. Por tanto, “sofista” es sinónimo de sophós, y significa tanto hábil o diestro como sabio.



Las cosmologías filosóficas ejercieron una influencia disolvente sobre las creencias religiosas de los helenos. Pronto se multiplicaron las cosmovisiones filosóficas rivales e incompatibles entre sí. Y las conclusiones a que llegaban no siempre coincidían con los datos extraíbles de la experiencia. El resultado de todo esto fue un creciente escepticismo, tanto en el ámbito religioso como filosófico. Se extendía en pensamiento de que no hay más realidad que la de las cosas aparentes que captamos por los sentidos y que no hay más verdad que la de las opiniones que en cada momento creemos. La democracia, sobre todo a partir de Pericles, acostumbró a los atenienses a considerar que cada uno tiene sus opiniones y que tanto vale la opinión de uno como la del otro.

El triunfo de la democracia se basaba en la negación de que unos ciudadanos fuesen por naturaleza o por familia más capaces de gobernar, más virtuosos políticamente, que otros.



Los sofistas enseñaban el arte de la retórica, lo que muchos han llamado el lenguaje de la persuasión, y con éste un presupuesto epistemológico -el escepticismo-, por el cual, el conocimiento sólo puede ser relativo al sujeto.  Un representante de esta ideología fue Protágoras (480- 411 a .C.), influenciado por la doctrina de Heráclito, -doctrina que adaptó a su relativismo filosófico- considera que en toda cuestión pude haber dos razonamientos opuestos entre sí.  Para apoyar esta tesis se basa en que la verdad es individual, y desde luego no hay nada estático, ni universal ni eterno, ya que la “verdad”, para él, es accesible a cualquier ser concreto y particular. Pa ra Protágoras, la verdad es algo de lo que cualquier sujeto puede estar persuadido sin observación de la realidad. De este modo, defendía que era posible persuadir de que lo blanco era negro, ya que podía haber creencia pero no conocimiento. Gorgias  (485- 380 a . C.) es otro sumo representante de la Sofística; sus conclusiones – a parir de la crítica de las tesis de  Parménides- vienen a afirmar que nada existe y. si algo existe, no puede ser conocido; aún más: si algo existe y puede ser conocido, no puede ser comunicado. La base que encuentra Gorgias para tales aserciones es la misma que la de Protágoras:  “cada cosa para mí es, tal como me parece que es”.


 SÓCRATES (469- 399 a .C)
"Mi consejo es que te cases: si encuentras una buena esposa serás feliz, si no te harás filósofo"
“Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia.”
“La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia.”
Frente al saber del mundo a raíz de las ciencias técnicas, Sócrates insiste en lo esencial y auténtico del conocimiento propio. Para Sócrates, la tarea del hombre consiste en velar por su alma y, de este modo, el cuidado del alma es la tarea fundamental del hombre. En este sentido, “hacer mejores a los ciudadanos es algo distinto de lo que han intentado los políticos e, incluso, de lo que enseñan la mayoría de los sofistas. La areté (‘virtud’) extensible a lo bueno, lo mejor, lo selecto, se funda en el conocimiento -en el conocimiento de sí mismo y en el conocimiento de la verdad sobre las cosas-. Sócrates defenderá que “aquel que sabe lo que es bueno, lo ejecuta, porque nadie hace el mal a sabiendas. El ser malo sólo lo es por ignorancia.”

Hay una faceta esencial de Sócrates que lo contrapone a los sofistas; pues, éstos ofrecen un saber, en tanto que Sócrates lo busca. El sofista ve la discusión como una competición. Sócrates postula el diálogo como una búsqueda en común en donde enseñante y enseñado colaboran en esa aventura dialéctica con el fin de hallar “la verdad”. Los sofistas se mueven en el plano de la doxa, opinión, y el triunfo que prometen a sus clientes está sometido a la aceptación de los valores vigentes (cierto que los sofistas critican algunos de esos valores, pero sólo para revelar mejor los mecanismos que pueden conducir al triunfo, y para destacar lo que hay de artificio en la cultura aceptada.). Sócrates renuncia a ese éxito social; su objetivo es indagar a fondo qué es cada hombre como tal, cuál es su bien real, qué son las virtudes y los vicios de verdad, y cuál es el mejor camino hacia la felicidad real. Rechaza el plano de la doxa, para buscar la verdad a partir de una crítica dialéctica incesante.

Sócrates no jamás escribió sus doctrinas o tesis. Todas sus enseñanzas fueron orales según el testimonio de Platón, destacado alumno  que, póstumamente, las recogió y amplió por escrito.

“No hace grandes discursos sino que se dedica a los diálogos, considera que a través del método dialéctico, alcanzamos el logos (hablar, decir, narrar, dar sentido).“



Dialéctica se traduce habitualmente como razón, aunque también significa discurso, verbo, palabra. En cierta forma pues, significa razón discursiva que muestra su sentido a través de la palabra.



Estos diálogos no son arbitrarios, si no que están metodológicamente construidos. En el proceso del diálogo podemos distinguir dos partes: la ironía y la mayéutica, que se puede concretar en dos formas de razonar la inducción y el nacimiento de la tesis respectivamente.



La ironía como método inductivo: Sócrates interroga a sus interlocutores a partir de la confesión de su ignorancia sobre el tema que se va a tratar. De esta manera, el que afirma que “sólo sé que no sé nada” obliga a sus interlocutores a responder a las preguntas acerca del diálogo, que solían versar sobre temas como la amistad, el valor, la justicia, etc. Examinando  las respuestas que le ofrecían, observa que nadie responde a la pregunta sobre el “¿qué es?”; por ejemplo, nadie dice qué es la belleza en sí, se conforman con dar ejemplos. En este punto, comienza el momento del razonamiento inductivo (el dirigirse hacia un concepto general, una verdad universal a partir de casos menos generales o particulares). La ignorancia de Sócrates no es un mero no saber ya que reflexiona sobre los fundamentos del conocer al percibir que los que presumen de saber se basan en un enmascaramiento de su propia ignorancia disimulándola con un saber parcial. Por esta razón, la ignorancia que descubre Sócrates en sus interlocutores aparece como una ironía.



La MAYÉUTICA o nacimiento de la tesis: La mayéutica es “el arte de dar a luz” aquellas ideas que están en la mente de los interlocutores sin que éstos lo sepan. El punto de partida se concreta a través de la manifestación del falso saber que detentan, la finalidad es adquirir el verdadero saber. Sócrates trata de liberar la ignorancia de sus interlocutores al hacerles ver las confusiones en las que descansa su pensamiento; de este modo, a su vez libera las verdades que están presentes de manera virtual en la mente: de manera que, ayuda a “dar a luz” unos conocimientos que poseen y que no conocen. Este proceso reanuda el diálogo dirigiéndolo hacia la definición general del concepto que se está examinando. Se pretende captar la esencia, “lo que es”. Implícitamente sugiere que hay un logos común entre los interlocutores, por lo que postula la existencia de verdades absolutas en contra del relativismo sofista. Pero no admite definiciones nominales por lo que los diálogos no concluyen en ninguna definición resumida en un mero nombre o denominación.

Las respuestas a las preguntas constituyen la teoría ética basada en el análisis de los conceptos. Sócrates identifica el conocimiento de los conceptos éticos con la práctica de la virtud y como consecuencia, la felicidad. Identifica el saber con la virtud, incluso llega a decir que “nadie hace el mal a sabiendas”, además vincula la felicidad con el obrar bien.

domingo, 29 de mayo de 2011

LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX. JOSÉ ORTEGA Y GASSET

INTRODUCCIÓN

En el terreno científico del siglo xx se dan distintas corrientes, muy heterogéneas. No obstante, si podemos destacar un denominador común es la falta de confianza en la razón, ya sea para dar cuenta de la realidad, de la vida o para sentar las bases en que se pueda cimentar la Ciencia, pues nos encontramos la lógica matemática y la teoría de los conjuntos que comienzan a legislar el infinito y se crea la crisis de fundamentos y todo el formalismo matemático, La crítica de Gödel acaba con la pretensión de la búsqueda de ‘la verdad’ que tienen los modelos axiomáticos; siendo estos capaces únicamente de hacer meras deducciones sin que sean capaces de decir algo sobre su verdad. Así, la Aritmética y la Geometría euclidiana carecen de valor y comienza a aparecer nuevas geometrías que darán lugar a distintas interpretaciones de la realidad (por ejemplo la teoría de Einstein). Por otro lado tenemos el gran avance de la Física teórica con la teoría de los quanta de Planck, las teorías de la relatividad, y las relaciones de indeterminación de Heisenberg.

En cuanto al plano meramente filosófico aparece el psicoanálisis de Freud, la fenomenología de Husserl, el positivismo analítico representado por el círculo de Viena y la filosofía analítica de Wittgenstein, el historicismo y la división de las ciencias de Dilthey - que rompe la pretendida unidad que proclamaba Descartes-, el existencialismo representado fundamentalmente por Heidegger y Sartre, La hermenéutica representada por Gadamer y la postmodernidad representada fundamentalmente por los críticos Lyotard y Vattimo.

El siglo xx es un siglo de extraordinaria importancia histórica, las dos Guerras Mundiales, la nueva configuración europea instaurada por el tratado de Versalles, la subida al poder del nacional-socialismo son algunos de los trazos que abocetan la fuerte actividad del vigésimo siglo.

CONTEXTO FILOSÓFICO EN EL QUE SE ENCUADRA EL PENSAMIENTO DE ORTEGA Y GASSET (ENTENDIENDO AL AUTOR DETNRO DE SU CONTEXTO)
LA FILOSOFÍA ANALÍTICA Y EL POSITIVISMO.

La Filosofía analítica es el conjunto de tendencias filosóficas del lenguaje, resultado del giro lingüístico producido en las primeras décadas del s.xx, que como característica común sostienen que los problemas filosóficos consisten en confusiones conceptuales –como ya advertía Nietzsche-, derivadas de un mal uso del lenguaje ordinario y cuya solución consiste en una clarificación del sentido de los enunciados cuando se aplican a áreas como la Ciencia, la Metafísica, la Religión, la Ética, el Arte, etc.
Por lo general, los autores que siguen estas tendencias entienden que la Filosofía es una actividad -para unos terapéutica, para otros clarificadora- cuyo objeto es esclarecer el significado de los enunciados. En palabras de Habermas, se produce un cambio de paradigma, al pasar de una Filosofía de la conciencia -o de una epistemología-, en la que importan las relaciones entre el sujeto y el objeto, a una filosofía del lenguaje –o teoría del significado- en la que importan las relaciones entre el enunciado y su correlato: el mundo. Una cuestión tan clásica, por ejemplo, como la que puede formularse en teoría del conocimiento acerca de qué es conocer se reformula y reinterpreta como una cuestión sobre el significado, referente a qué se quiere decir cuando se dice que «conocemos algo».

La actividad dilucidadora de los enunciados, característica fundamental de todo el movimiento analítico, comienza con las tareas de fundamentación lógica de la matemática. Russell y Wittgenstein comparten una misma perspectiva lingüística de la realidad: la del atomismo lógico, según el cual mundo y lenguaje muestran una misma estructura común por ser el lenguaje el espejo del mundo, ya que en él se refleja su naturaleza. De ahí surge la idea fundamental de que la realidad sólo se comprende a través del lenguaje, porque éste es el reflejo de la realidad y que el conocimiento no consiste más que en el análisis del lenguaje.
En un primer momento, el análisis del lenguaje se confía a la lógica a un lenguaje formal de lógica de enunciados y de predicados, con el que Russell reduce los enunciados compuestos a enunciados simples a fin de descubrir en ellos los elementos simples que se corresponden con los hechos simples del mundo, también el El Tractatus logico-philosophicus, del profesor Wittgenstein, publicado en alemán en 1921 sigue por la senda de descubrir la estructura lógica del lenguaje para llegar a la verdad última en las materias de que tratadas.

A esta fase inicial de la filosofía del análisis, sigue una segunda fase de decisivo influjo del Tractatus sobre el Círculo de Viena, de donde surge el neopositivismo o positivismo lógico. Este segundo tratado añade al movimiento analítico una clara postura antimetafísica, al establecer la verificabilidad como criterio de significado, considerando que todo enunciado metafísico carece de sentido. Estas doctrinas son en buena parte resultado del modo como los componentes del Círculo de Viena entendieron el Tractatus de Wittgenstein (1889-1951) y, como él, parten del supuesto de que un enunciado sólo puede ser analítico o es sintético, y que en ningún caso puede ser ambas cosas a la vez.
Cualquier enunciado analítico determina su verdad por medios lógicos o matemáticos, y la lógica o la matemática se bastan para decidir sobre las reglas que han de cumplir dichos enunciados; pero para el resto de enunciados, de los que se supone que son sintéticos y, por tanto informativos, se precisa de un criterio que determine cuáles de ellos cumplen con la exigencia de decir verdaderamente algo acerca de la realidad o experiencia: tal criterio se denominó principio de verificación, que identificaba verificabilidad de un enunciado y significado del mismo.

Comprender un enunciado era lo mismo que conocer la manera de verificarlo.
En Sobre el círculo de Viena, se determina que un enunciado es verificable o es significativo en el sentido fuerte del término si -y sólo si- su verdad puede establecerse en forma concluyente mediante la experiencia, mientras que es verificable en el sentido débil, si es posible que la experiencia lo haga probable. Los enunciados de la Filosofía no serían verificables en ninguno de los dos sentidos, por lo que no son empíricos, no producen información, sino que la aclaran y, por lo tanto, no son significativos, al contrario: son carentes de sentido. La Filosofía, en consecuencia, carece de sentido como Metafísica, y una de las principales tesis del positivismo es la superación de la Metafísica por medio del análisis lógico que hace ver su ausencia de sentido. De este modo, queda establecido que la Filosofía no puede ser más que una actividad esclarecedora, o de análisis, mediante el uso de los recursos lógicos traducidos en enunciados sintéticos.

Sigue una tercera fase que corresponde a la vuelta de Wittgenstein a Cambridge, en 1929, y al cambio de su filosofía, que se conoce como “segundo Wittgenstein” y que se centra, no en el análisis lógico del lenguaje, sino en los usos cotidianos del llamado lenguaje ordinario. Son también los años de las críticas de Gödel al formalismo lógico. Esta filosofía analítica, llamada del lenguaje ordinario, tiene en cuenta la pragmática del lenguaje y contempla el lenguaje, no en su aspecto de reflejo especular de la realidad, sin en una perspectiva más amplia como una actividad comunicativa y hasta una «forma de vida»; el análisis del lenguaje no busca su reinterpretación según una sintaxis lógica rigurosa un cálculo lógico, sino su esclarecimiento a través del reconocimiento de las características naturales del lenguaje vivo, que integra múltiples “juegos pragmático”, como son la cortesía o la ironía, diversas funciones del lenguaje, y la pluralidad de usos y contextos lingüísticos.

JOSÉ ORTEGA Y GASSET (1883-1954)
“Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión.”

“La vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser.”

“Hay quien ha venido al mundo para enamorarse de una sola mujer y, consecuentemente, no es probable que tropiece con ella.”

INTRODUCCIÓN:

El siglo xx es un siglo de constantes acontecimientos que cambiarán la historia, acontecimientos tanto sociales, como políticos o culturales y económicos. Las potencias europeas entran en crisis por los problemas que se dan entre ellas y tendrán como consecuencia la primera guerra mundial (1914- 1918) donde se enfrentan la Triple Entente (Francia, Rusia e Inglaterra) con la Triple Alianza ( Alemania, Italia y el Imperio austrohúngaro). Fue la primera guerra en que se hizo un uso intensivo de las nuevas tecnologías, aunque no dejó de ser una guerra de trincheras; lo que acarreó numerosas pérdidas humanas y una gran crisis económica. Por otro lado, el triunfo de la Revolución Soviética supuso la instauración de un régimen comunista en ese país y en Europa muchos partidos comunistas intentarán seguir el modelo ruso, el miedo de las clases dirigentes a que se siguiera este modelo hizo que favoreciese el ascenso de los nacionalismos y totalitarismos.

Desde la perspectiva económica, los famosos “años veinte” con el telón de fondo de la Revolución Industrial, acaban en la pesadilla de «el crac de 1929». Las consecuencias paro y empobrecimiento general que se alargaron hasta los años treinta. Tal crisis trajo consigo el descrédito del sistema capitalista y, con él, el desencanto de los sistemas parlamentarios, otro factor que también favoreció la aparición de los totalitarismos.

Desde el marco político, el fascismo logró repercutir en todo Europa; en Italia las tendencias fascistas llegaron al poder en Italia después de la Primera Guerra Mundial. Por su parte Alemania, resentida por el tratado de Versalles, la crisis económica y el temor a la expansión comunista desembocó en el surgimiento del nacionalsocialismo o “nazismo” liderado por Hitler, que prometía la recuperación del Imperio alemán y la recuperación económica. Cuando Alemania invade Polonia en 1939 da comienzo la Segunda Guerra Mundial, que culmina en 1945 con el mundo dividido en dos bloques antagónicos: el bloque occidental y el bloque comunista. Dada esta profunda fisura de pensamiento y praxis, da comienzo un periodo conocido como la Guerra Fría. A raíz de lo ocurrido se fundó la ONU en 1945 con la intención de garantizar el orden mundial y hacer respetar la dignidad humana.

En España la primera mitad del siglo XX estuvo marcada por ‘el desastre del 98’, que como es sabido, no es otro que la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas). La alternancia de gobiernos conservadores y liberales y la incorporación a la escena política de nuevas corrientes socialistas y anarquistas, la crisis social y la inestabilidad política condujeron al fin de la Restauración y al comienzo de la dictadura de primo de Rivera (1923-1930), conocida con el nombre de ‘dictablanda ‘ acuñado ad hoc. En 1931 se proclama la Segunda República, pero el 18 de Julio de 1936 una sublevación militar da comienzo a la Guerra Civil, que acabó en 1939 con la victoria de Franco, que gobernó España hasta su muerte en 1975.

En este contexto se fraguó la urgencia resolutiva del denominado “problema de España” que se inicia con ‘el desastre del 98’ y que incluye el tópico de la división violenta entre ‘las dos españas’. Así, “problema de España”, está presente en cada manifestación artística, literaria y filosófica de la época.
En el marco literario en concreto, la Generación del 98 hizo de él una cuestión de gran alcance popular al convertir su preocupación por él en uno de los ejes de su obra creativa. Algunos de sus miembros más representativos son Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Ramón María del Valle-Inclán o Joaquín Costa, que han sido considerados los precursores de la Edad de Plata española y el Regeneracionismo. Otra generación será la de 1914, conocida como el Novecentismo, con autores como Pérez de Ayala, Gómez de la Serna o el propio Ortega y Gasset. Por último, es relevante referir la importancia de la Generación del 27, con autores de la magnitud de F. García Lorca o Rafael Alberti; músicos como Manuel de Falla o Albéniz y artistas del nivel de Picasso, Dalí o Miró.






Yo soy yo y mi circunstancia. Si no la salvo a ella, no me salvaré yo”
 “No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter.”

En la época en la que vive nuestro filósofo destacan una serie de posiciones de interés meramente filosófico: idealismo, neokantismo, existencialismo, vitalismo, historicismo,… Otras caracterizadas por centrar su interés en el lenguaje y los problemas de la ciencia, como el positivismo, el Círculo de Viena y el estructuralismo y, por último, las centradas en resolver los problemas sociales y la crítica de las ideologías como el marxismo y el psicoanálisis.

Por su parte, Ortega y Gasset está especialmente influenciado por una serie de corrientes filosóficas que tienen como ejes fundamentales: la historicidad, la vida y la irreductibilidad del ser humano. Así nos encontramos con: la fenomenología [2] y el existencialismo [3] que, partiendo del viejo método fenomenológico, intentará hacer su propio análisis de la existencia humana; el vitalismo -doctrina que se centra en la explicación de los fenómenos biológicos por la acción de las fuerzas propias de los seres vivos y no solo por las de la materia- y, finalmente, resulta fundamental la influencia del historicismo como tendencia filosófica a reducir la realidad humana a su o condición histórica. Si bien, no podemos olvidar que el filósofo que nos ocupa, se desenvuelve en el contexto socio-cultural de una España que está dominada por el pensamiento tradicional y reaccionario de la Iglesia católica, que aún era apoyado por los sectores más conservadores de la sociedad. Por poner un ejemplo claro, en la universidad se explicaba Filosofía aristotélico-tomista hasta la llegada de Julián Sanz del Río a la Universidad Central de Madrid en donde introdujo las nuevas ideas sobre el Krausismo aprendidas en la Universidad de París. El Krausismo como doctrina filosófica pretendía la conciliación entre el teísmo y el panteísmo por medio de la razón, la vinculación a la ética y la práctica la renovación de los individuos y la sociedad. Un grupo de discípulos de Sanz del Río fundó en 1876 La Institución Libre de Enseñanza, con la idea de impartir educación liberal, sin dogmatismos y comprometida con la renovación espiritual y cultural de España. A una de sus promociones perteneció Ortega, que participó de sus ideales y mentalidad.
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[2] FENOMENOLOGÍA: Método filosófico creado por Friedrich Hegel, filósofo alemán de comienzos del siglo XIX, que se basa en la dialéctica interna del espíritu que presenta las formas de la conciencia como base para llegar al saber absoluto. Posteriormente, fue desarrollado por Edmund Husserl que, partiendo de la descripción de las entidades y cosas presentes a la intuición intelectual, logra captar la esencia pura de dichas entidades trascendentes consciencia humana.
[3] EXISTENCIALISMO: Movimiento filosófico que trata de fundar el conocimiento de toda realidad en la experiencia inmediata de la existencia propia.
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EPISTEMOLOGÍA: RACIOVITALISMO
Para José Ortega y Gasset, la Filosofía se presenta como un intento para solucionar los problemas que devienen al ser humano, porque en nuestro vivir necesitamos dar respuestas, dar sentido a nuestra vida. La Filosofía, queda pues limitada para Ortega como el única arma de raciocinio que conoce el ser humano para tratar de resolver los problemas que acaecen a nuestra vida.
Todo lo que nos sucede en la vida pasa a formar parte de nuestra historia, de nuestro pasado, por lo que las respuestas y razones que demos tendrán que ver con nuestro pasado, con las circunstancias que nos afectan. Por lo que nuestra razón además de ser vital es histórica.
I. EL PROBLEMA EPISTEMOLÓGICO EN ORTEGA Y GASSET.

¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?
Para Ortega, «La Filosofía es el universo, todas las cosas que hay en él, reales, ideales, irreales, fantásticas o transreales.» El filósofo en su camino no debe dar nada por supuesto; es decir, no debe partir de creencias previas. El filósofo ha de predicar en su estudio la propiedad de todo lo que hay. El trabajo del filósofo ha de estar basado en buscar los verdaderos orígenes y principios del objeto de estudio; es decir ha de tener una dimensión de totalidad que alcance la universalidad para que, de esa manera, quede al mismo tiempo definido el Universo.
El filósofo en su búsqueda por lo universal de las cosas se somete al principio de pantonomía (en tanto que las Ciencias son particulares).
Lo universal de las cosas ha de ser su propio principio de realidad, ya que son cosas las que forman parte de nuestro Universo y no los conceptos vacíos.
Lo más universal de las cosas es su ‘ser’ en sí mismo.
Según Ortega hay tres tipos de ‘cosas’, a saber:
a) las que hay en el universo, con independencia de que las conozcamos o no
b) las que creemos que hay pero que en realidad no las hay.
c) Por último, las que de hecho sabemos que hay. Éstas estarán en el universo y en nuestro conocimiento.

Los datos del universo son los que se nos muestran, aunque en muchos casos se nos muestran contradictorios. No podemos fijar los datos del universo, por lo que entendemos que nos falta algo que algo no nos ha sido dado. Esta carencia es ‘el ser de las cosas’. Esta carencia se nos da a toda la humanidad ya que somos incapaces de renunciar a una idea de Universo, del mundo que nos rodea.
Ortega comienza a repasar las soluciones aportadas hasta entonces, así como el problema con el que se enfrenta la Metafísica y trata de dilucidar en qué consiste la búsqueda radical del Universo.
CRÍTICA DEL REALISMO Y DEL IDEALISMO
Esta concepción filosófica considera a la substancia como dato radical, o base, del Universo, solución mantenida hasta la época moderna. Pero esta solución en ningún momento se ha presentado clara, más bien contradictoria, pues de la misma ‘cosa’ en cuestión nos encontramos datos que no dejan de variar pero la cosa sigue siendo una y la misma. La solución que se ofrece pasa por suponer una substancia, un soporte de las propiedades, de esos datos cambiantes.
EL IDEALISMO
El hombre moderno se muestra escéptico ante la realidad que lo rodea, ante la que puede sentir y sitúa su conciencia, así como su pensamiento como el dato del Universo. El pensamiento es el contenido de la conciencia. Ortega un dualismo cíclico interno al pensamiento, distinguiendo así entre pensamiento reflejante y el pensamiento reflejado. El primero es el mismo acto de pensar, el segundo es el pensamiento producido por ese acto que a su vez es previo al primero. Lo que se quiere decir es que un contenido mental, un pensamiento sólo puede ser de un sujeto, no es independiente del sujeto; esto es, el pensamiento existe como pensamiento propio, pero con dependencia del sujeto que lo piensa.
El pensamiento es el dato universal del idealismo, no obstante, tal y como marcaba también la tendencia realista, se nos presenta contradictorio entre la variación de pensamientos y la unidad del ‘yo’ que los piensa. La respuesta que ofrece el hombre moderno (dada ya desde Descartes) es muy similar a la respuesta que dieron los realistas, pues, pasa por suponer un soporte para los pensamientos, un ‘yo substancia’ en el que los pensamientos derivan del ‘yo substancializado’.
La crítica de Ortega se basa en la percepción de que el idealismo se olvida de lo que él ha denominado pensamiento reflejante, es decir, ‘el mismo acto de pensar’. No puede haber pensamiento sin un ‘yo’ que los piense, así como, de la misma manera, no podrá haber un ‘yo’ que piense sin pensamientos. Pero si la substancia era «lo que no necesita de otra cosa para existir» -tal y como afirmó Descartes- ‘el yo’ que piensa necesita pensamientos para existir, por lo que el ‘yo’ no es una substancia. Pero no sólo esto, pues “un yo que piensa lo hace mientras está pensando, mientras realiza el acto de pensar por lo que la continuidad del ‘yo’ se rompe, -dice Ortega- no hay, pues, un sujeto constante.” [Crítica a la existencia de la ‘res cogitans’ cartesiana como sustancia pura]

 El desarrollo de la filosofía,  en cuanto necesidad de clarificación en la realidad, requiere, a juicio de Ortega, una crítica del realismo y del idealismo.


El Realismo considera a la substancia como dato radical, o base, del Universo, solución mantenida hasta la época moderna. Pero esta solución en ningún momento se ha presentado clara, más bien contradictoria, pues de la misma ‘cosa’ en cuestión nos encontramos datos que no dejan de variar pero la cosa sigue siendo una y la misma. La solución que se ofrece pasa por suponer una substancia, un soporte de las propiedades, de esos datos cambiantes.

Según el  Idealismo, el hombre moderno se muestra escéptico ante la realidad que lo rodea, ante la que puede sentir y sitúa su conciencia, así como su pensamiento como el dato del Universo. El pensamiento es el contenido de la conciencia. Ortega propone un dualismo cíclico interno al pensamiento, distinguiendo así entre pensamiento reflejante y el pensamiento reflejado. El primero es el mismo acto de pensar, el segundo es el pensamiento producido por ese acto que a su vez es previo al primero. Lo que se quiere decir es que un contenido mental, un pensamiento sólo puede ser de un sujeto, no es independiente del sujeto; esto es, el pensamiento existe como pensamiento propio, pero con dependencia del sujeto que lo piensa.  
El pensamiento es el dato universal del idealismo, no obstante, tal y como marcaba también la tendencia realista, se nos presenta contradictorio entre la variación de pensamientos y la unidad del ‘yo’ que los piensa. La respuesta que ofrece el hombre moderno (dada ya desde Descartes) es muy similar a la respuesta que dieron los realistas, pues, pasa por suponer un soporte para los pensamientos, un ‘yo substancia’ en el que los pensamientos derivan del ‘yo substancializado’.
 
La crítica de Ortega se basa en la percepción de que el idealismo se olvida de lo que él ha denominado pensamiento reflejante, es decir, ‘el mismo acto de pensar’. No puede haber pensamiento sin un ‘yo’ que los piense, así como, de la misma manera, no podrá haber un ‘yo’ que piense sin pensamientos. Pero si la substancia era «lo que no necesita de otra cosa para existir» -tal y como afirmó Descartes- ‘el yo’ que piensa necesita pensamientos para existir, por lo que el ‘yo’ no es una substancia. Pero no sólo esto, pues “un yo que piensa lo hace mientras está pensando, mientras realiza el acto de pensar por lo que la continuidad del ‘yo’ se rompe, -dice Ortega- no hay, pues, un sujeto constante.” [Crítica a la existencia de la ‘res cogitans’ cartesiana como sustancia pura]
 
 SU PROPUESTA
Con el concepto de pensamiento reflejado, lo que quiere decir Ortega es que no hay un pensamiento sin más, objetivado, cosificado, como una algo independiente a nosotros; sino que uno, en el acto mismo de pensar, se da cuenta de sí mismo, de su propia existencia. Siguiendo la pauta cartesiana, Ortega asevera que el ‘yo’ cuando piensa se percata de su ‘yo’ pensante. 

Ahora bien, Ortega pretende ir un poco más lejos, lo pensado no únicamente es un ‘contenido de conciencia’; por ejemplo, si yo pienso en este teatro, o en general, en la realidad externa, sólo por el hecho de ser externa también es algo trascendente al ‘yo’ que piensa: es obvio que ese teatro no está en mi cabeza, porque yo no soy substancia, como hemos criticado anteriormente.  

Ortega entiende por pensamiento una conciencia espontánea o perceptiva; no el acto de pensar sobre un acto mental; ni siquiera el acto de darse cuenta de sí mismo al pensar en un acto de ésta clase como una conciencia refleja -que es como lo entiende el idealismo cartesiano-.   

En un contraste entre la visión idealista y la postura de Ortega; para el idealismo “x” piensa “y” donde “y” es una acto mental. En tanto que para Ortega, “y” es a veces un acto mental, pero otras es trascendente a “x”. Para Ortega, la conciencia perceptiva es lo más inmediato a nosotros; no así, la conciencia refleja (que es externa al hombre) 
 EL DATO DEL UNIVERSO.

Yo soy para el mundo y el mundo es para mí. El ser consciente tiene dos sentidos, uno es consciente de lo que le rodea, del lugar en el que se encuentra, de lo que percibe, de su abrirse y captar al mundo, de su intencionalidad. Pero además de la percepción que tengo, me doy cuenta de esa percepción, de mis estados mentales, con ello me doy cuenta de mí mismo. Por lo que la conciencia es refleja, es reflexividad pues se da cuenta de sí misma.  
El dato primario del universo ha de ser lo que nos sea más inmediato y éste será el pensamiento reflejado o la conciencia perceptiva y no el pensamiento reflejante o conciencia refleja. El acto de pensar que he realizado cualquier acción supone previamente el contenido de la misma. Por ejemplo, el acto de pensar que he visto un cuadro supone que antes lo he visto.
 
EL RACIOVITALISMO: 

Entre 1923 y 1955 Ortega desarrolla el Raciovitalismo, que reconoce el valor de la razón, pero al mismo tiempo destaca sus raíces irracionales. Estrecha la unión entre razón y vida, entre razón e historia. El hombre es un ser dotado de razón, pero de una razón que tiene que usar para vivir y que ha inventado para no perderse en el Universo. Para el filósofo la razón es toda acción intelectual que nos pone en contacto con la realidad la vida es el dato radical del universo, es decir, la coexistencia del yo y su mundo. El filosofar es definir y buscar el sentido de la vida .  
Distingue siete categorías del vivir:
 
1 Vivir es, ante todo, encontrarse en el mundo. Mundo no es aquí «naturaleza» como creían los antiguos, sino «lo vivido como tal». Esta es la primera categoría de la vida: yo en el mundo; «me doy cuenta de mí en el mundo, de mí y del mundo, esto es, por lo pronto, «vivir». 

2  Pero nos encontramos  de una forma concreta : «Yo consisto en ocuparme de lo que hay en el mundo y el mundo consiste en todo aquello de que me ocupo y en nada más.» Por ello, «vivir es convivir con una circunstancia». 
3 Mas «todo hacer es ocuparse en algo para algo». Estamos ocupados en algo gracias a una finalidad en vista de la cual ocupamos nuestra vida de una forma determinada. La vida no está nunca prefijada. No está prevista; es imprevista. Es posibilidad y problema.

 
4  Pero nada se nos da hecho, por eso la vida es un decidir antes que un hacer. Vida es anticipación. Yo he sido libre para decidir por una u otra labor. 


5  Aunque si decido es porque tengo libertad para hacerlo, es decir, puedo escoger. Esto es fundamental, ya que el poder de decisión dependerá siempre de que haya o no posibilidades frente al que tiene que decidirse. Con palabras de Ortega: decidimos «porque vivir es hallarse en un mundo no hermético, sino que ofrece posibilidades». 

6  Por otra parte, esas posibilidades no son en absoluto ilimitadas. «Para que haya decisión tiene que haber a la vez limitación y holgura, determinación relativa. Esto expreso con la categoría circunstancias»
 
7  Lo que lleva la séptima y  última categoría: la temporalidad «Si nuestra vida consiste en decidir lo que vamos a hacer, quiere decirse que en la raíz misma de nuestra vida hay un atributo temporal: la vida es futurización’’.

No puede haber oposición entre razón y vida. La razón no debe pretender  sustituir la vida. La razón es una función viva y espontánea. Las propuestas de Ortega no van contra la razón, sino contra el racionalismo. Razonar significa referir algo a la totalidad de la vida: la vida misma, cuando se inserta en un contexto, es cuando se razona y se entiende.

El núcleo o realidad radical del todo unitario y circunstanciado es la vida del hombre:

1º Yo soy yo: En Ortega la vida se individualiza y se subjetiviza.  
2º Mi circunstancia: la vida no es solo yo, sino toda la realidad que me rodea. La vida es definida siempre en términos de presente.

Mi circunstancia es:

1) Todo lo que no soy yo.  
2) Mi mundo es mi circunstancia.

3)  Mi vida se va haciendo con las circunstancias. 
La perspectiva es móvil, dinámica, porque la realidad lo es, de modo que establece que la raíz de esa movilidad es la temporeidad de la propia vida humana. La sustancia de la vida es el tiempo, el cambio Cambia la perspectiva porque existe un irreductible desajuste entre el pasado y el futuro del hombre que, precisamente, da en el presente un continuo dinamismo de la perspectiva.

EL PERSPECTIVISMO

 Para Ortega no hay ninguna verdad absoluta, no hay ninguna verdad que esté por encima de las demás y fundamente el resto, más al contrario, la verdad ha de formar parte de la vida concreta de cada uno, de cada grupo social, de cada cultura. La verdad se nos da desde distintas perspectivas, desde distintos puntos de vista. Cada perspectiva no intenta superar perspectivas anteriores, al contrario, el mundo es esa pluralidad de perspectivas, todas ellas se integran en el mundo democráticamente. Lo más que podemos hacer para acercarnos a la verdad sería sumar todos los puntos de vista diferentes. Pero la perspectiva que tenemos del mundo viene limitada y condicionada por las circunstancias que nos son dadas por el mundo que nos rodea, por lo que no habrá perspectivas eternas. En este momento nos remontamos al yo, ya que la circunstancia sin más no es nada sin el sujeto que la vive. Por ello mi propia vida es la realidad, me conozco en cuanto me percibo, en cuanto me percato de que “yo soy yo y mi circunstancia”.  
 II. PROBLEMAS HISTÓRICO Y SOCIOLÓGICO EN ORTEGA Y GASSET

 Para Ortega cada momento de la historia tiene su razón, lógica y estructura; su su propia forma, como ocurría a cada yo que tenía su pasado. Pero todos los momentos históricos no son estancos si no que están relacionados, unos dependen de otros. Hay una razón histórica que da cuenta de ellos, pero es una razón no científica, no consiste en deducir o inducir sino que consiste en narrar ya que la razón científica no toma en cuenta la realidad humana, la libertad, la capacidad de elección, el hacerse. Esta razón es el fundamento de las demás razones, está por encima de las demás razones.  
III. EL PROBLEMA ANTROPOLÓGICO EN ORTEGA Y GASSET: Tª DE LA GENERACIÓN.
 
El filósofo destaca que el ser humano nace con desventajas respecto a los animales, Los ya que mientras éstos, por instinto, se saben defender a sí mismos al poco tiempo de nacer, nosotros necesitaríamos incluso años. La desventaja inicial se invierte  por nuestra capacidad ilimitada para aprender.  Según Ortega, el ser humano es un ser proyectivo: diseña el proyecto de su existencia, decidiendo qué va a ser y eligiendo los medios para conseguirlo. Por eso el ser humano ha progresado en sus costumbreS y evolución y los animales no.  Aunque en realidad, advierte Ortega que somos seres inacabados. 
La libertad es otro elemento distintivo humano. Debemos decidir lo que queremos ser, pero hay algo en lo que no somos libres: el hecho de existir y nacer libres. Son imposiciones del nacimiento.

Desde que está en el mundo, el hombre tiene la capacidad de elegir y elegirse a cada momento. Y necesita hacerse a si mismo, construir su propia esencia  en el transcurso de su camino vital. Pero al mismo tiempo tiene la capacidad de adelantarse a los acontecimientos, porque puede vislumbrar cuales son las posibles  implicaciones de su hacer, y esto lo consigue ensimismándose, yendo dentro de sí mismo.

 Para Ortega, la historia se puede analizar de acuerdo a las  generaciones. En su Teoría de las generaciones, asume que en toda sociedad humana conviven distintas generaciones. Estas generaciones se cumplen en periodos de quince años y hay dos tipos fundamentales: las establecidas,  es decir las mayores y las emergentes, las nuevas. Cuando los presupuestos teóricos de ambas son compatibles, la sociedad se desarrolla sin sobresaltos; pero si hay una ruptura entre una y otra, aparece la crisis social.

Esta crisis se manifestó en el siglo pasado mediante un fenómeno especial: La rebelión de las masas. Para Ortega los hombres se dividen en  hombre masa y en  minoría selecta. No se trata de una división de acuerdo al puesto que se ocupa dentro de la sociedad,  sino de acuerdo a una forma de ser y actuar, de llevar adelante el proyecto de vida de cada uno. Según el pensador, el hombre masa es aquel que se encuentra  satisfecho de sí mismo, y se cree completado moral e intelectualmente, por lo que actúa como el niño mimado que pretende todo sin exigirse nada. En cambio, la  minoría selecta  está formada por el tipo de persona que  se exige a sí misma más que a los demás y vive su vida buscando alcanzar ese desarrollo máximo anteponiendo los  deberes  a los derechos.

Toda generación tiene una actitud frente a la existencia, como tiene una misión y una vocación. Pero toda generación está compuesta por dos tipos de personas: una minoría selecta y una masa.  la función de la élite es dirigir a las masas hacia su misión histórica y las masas deben obedecer. Cuando las masas se rebelan y no quieren obedecer a la élite, según el filósofo, incumplen su misión histórica.