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domingo, 18 de septiembre de 2011

TEMA I: LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA GRIEGA. EL PASO DEL MITO AL LOGOS.





EL PASO DEL MITO AL LOGOS: EL NACIMIENTO DE LA FILOSOFÍA.
La filosofía surgió DE manera independiente o aislada en tres zonas distintas y distantes de nuestro planeta: en la India, en China y en Grecia. En los tres lugares, se observa el esfuerzo de los primeros filósofos por liberarse de las tradiciones del pensamiento arcaico y sustituirlas por una especulación más libre; es decir, no sujeta a las convenciones interpuestas por la fe. De un lado, la Filosofía en la India surgió en un clímax de sacerdotes y ascetas; de otro, la filosofía china nace tratando de mejorar socio-políticamente un hábitat funcional. Ambas surgen tierra adentro, muy lejos del mar. La práctica filosófica en Grecia surgió, en cambio, en islas y puertos de mar, entre comerciantes y marinos; por tanto, en ausencia de sacerdotes y funcionarios.
La filosofía griega nació entre los jonios, en el s. VI a.C., sobre todo en la ciudad mercantil de Mileto. En aquel siglo, Mileto era la mayor ciudad de todo el mundo griego. Su gobierno era aristocrático. La principal característica de los milesios es que eran gente de mundo, abiertos, curiosos y sin prejuicios, dados a los viajes, a la navegación, al contacto con otros pueblos y culturas. Por medio de ellos, entraron en Grecia los elementos más importantes del pensamiento, la ciencia y la técnica de Mesopotamia y Egipto.
Los primeros pensadores griegos eran, todos ellos, hombres acomodados naturales de Mileto. Gracias a esta cultura jonia, se introdujo en Grecia la Geometría egipcia y la Aritmética babilónica; por poner un ejemplo, fue en esta época cuando se dibujaron los primeros mapas del mundo. No polemizaron con la religión ni con los mitos; sin embargo, –y esto es lo que marca el comienzo de la filosofía– dejaron de tomárselos en serio y comenzaron la práctica de una suerte de especulación intelectual libre. Estos pensadores se marcaron como objetivo principal explicar el mundo, y para ello recurrieron a describir el primer principio que da origen al mundo y que a su vez lo explica.
La tesis principal de la escuela de Mileto fue su intento de explicar el origen y estructura del mundo basándose en la experiencia, esto es, en un saber empírico. La tesis metodológica más importante de los primeros pensadores fue el siguiente postulado: la variedad y multiplicidad de las cosas en el cosmos se encontraba ordenada por un principio, o bien deriva de una substancia única. De tal modo, que esta variedad podía explicarse como producto de cierto proceso de evolución a partir de esta substancia material única que está por debajo de todo.
Lo que se intentó, en suma, fue una teoría unificada del universo: de su aparición, su estructura y sus procesos de cambio y transformación, sobre la base sola de principios físicos.
Formularon una serie de posibles hipótesis cosmológicas en forma de especulaciones razonadas acerca de la naturaleza de las cosas. Resulta especialmente significativo el hecho de que no fueran simplemente distintas interpretaciones posibles, sino que se desarrollaran junto con la crítica, y que cada una representa un intento por superar las insuficiencias de la anterior. Por consiguiente, lo que surge, de este modo, es una dialéctica (un proceso de conjetura y crítica argumentativa) que se distingue hasta el mayor punto de inflexión posible del ya antiguo pensamiento basado en el mito y, por tanto,  del sentido común acrítico.

La explicación racional de los filósofos presocráticos no va más allá de los datos obtenidos a partir de la observación de la Naturaleza, physis, que consideran como única realidad. Ésta acaba constituyendo el objeto de estudio de ámbito universal para estos filósofos. Aristóteles se refirió a los pensadores presocráticos con la denominación de “físicos”, ya que la labor de éstos principalmente trataba de explicar conceptos como la realidad corpórea o la esfera del ser físico.
La Naturaleza, por ser el centro de explicación racional para los pensadores del siglo vi a. C, constituye una temática que les mantiene unidos a todos. En cambio, los diferentes modos de tratarla, como totalidad, como esencia o en su sentido teleológico (de finalidad), produce diferentes modelos de explicación racional.

Los filósofos presocráticos centran su reflexión racional en tres aspectos fundamentales de la naturaleza: su origen, su esencia y su causa.

EL MITO
Del griego ‘μῦθος’. Cabe entender por mito el conjunto de narraciones y doctrinas tradicionales de los poetas acerca del mundo, los hombres y los dioses. El mito pretende ofrecer una explicación del mundo basada en los designios de los dioses; para ello se basa en la narración y presenta una explicación en la que encuentran respuesta los problemas y enigmas más acuciantes y fundamentales acerca del origen y naturaleza del universo, del hombre, de la civilización y la técnica, de la organización social, etc


EL LOGOS.
La explicación racional (‘λόγος’) comienza cuando la idea de arbitrariedad es suplantada definitivamente por la idea de necesidad, es decir, cuando se impone la convicción de que las cosas suceden cuando y como tienen que suceder por una factor causal, con una finalidad, gracias a unos factores y provocando un efecto.

LA FILOSOFÍA PRESOCRÁTICA.
En filosofía presocrática, por encima de todos los temas, domina el problema del cosmos (como lo ordenado y adornado, en oposición al caos, la realidad, mundo como conjunto ordenado que el hombre es capaz de entender). En cuanto a la reflexión enfocada al ser humano, no se problematiza, no se trata como problema filosófico concreto, sino que éste es visto como parte de la naturaleza. Los mismos principios que explican la constitución del mundo físico explican también la del hombre: Es tarea de la filosofía presocrática rastrear y reconocer, más allá de las apariencias múltiples y continuamente mudables de la naturaleza. La unidad que hace de ésta substancia un mundo: la única substancia que constituye su ser, la ley única que regula su devenir, su cambio. La substancia es, para los presocráticos, la materia de que todas las cosas se componen; pero es también la fuerza que explica su composición, su nacimiento y su muerte, su perpetua mutación. Es su principio no sólo en el sentido que explica su origen sino también y sobre todo en el sentido que la hace inteligible, comprensible y reunifica aquella multiplicidad y mutabilidad de las cosas que parece, a primera vista, tan rebelde a cualquier consideración unitaria.
La filosofía presocrática ha conquistado por primera vez la posibilidad especulativa de concebir la naturaleza como un mundo y establecido como base de tal posibilidad a la substancia, entendida como principio del ser y del devenir.
Los pensadores presocráticos verificaron por primera vez la reducción de la naturaleza a objetividad, que es condición primaria de toda consideración científica de la naturaleza.

 MONISTAS.
Admiten que los procesos de generación y corrupción, de cambio de la naturaleza se reducen a cambios cualitativos de una sola substancia. Todos ellos sostienen que el origen de todo lo que vemos y de todo lo que existe se justifica desde un solo elemento. A partir de él surge la pluralidad.

HERÁCLITO  (550- 480 a .C.)
Con Heráclito –y Parménides– se inaugura la metafísica -parte de la Filosofía que trata del ser en cuanto tal, y de sus propiedades, principios y causas primeras-; es decir, se pone en el centro del pensamiento el problema del ser de todas la cosas conocidas.
La unidad del ser es una unidad armonizada y jerarquizada. El ser (el lógos) no es fácilmente accesible a todos; se mantiene oculto en la medida en que es el elemento que estructura la realidad, y justo por ello no tiene que aparecer explícitamente. Más allá de la apariencia del cambio lo que aparece es la totalidad del ser. Todas las cosas, aunque plurales en apariencia y totalmente discretas, están, en realidad, unidas en un complejo coherente, del que los hombres constituyen una única parte y cuya comprensión es, por tanto, lógicamente necesaria para la adecuada promulgación de sus propias vidas.
Es con Heráclito y Parménides, y a partir de ellos, cuando se observa que aspectos diferentes de la misma cosa pueden justificar descripciones opuestas. Los opuestos están enlazados de un modo esencial, porque se suceden mutuamente sin más.
Si el equilibrio entre los opuestos no se mantuviera, cesaría la unidad y coherencia del mundo. El equilibrio total del cosmos sólo puede mantenerse si el cambio en una dirección comporta otro equivalente en la dirección opuesta. Todas las cosas luchan con sus contrarios y se cambian en sus contrarios, y de esta lucha surgen todas las cosas.
Todas las cosas surgen de lo mismo, son en el fondo lo mismo; aquello que forma la unidad originaria del mundo es el fuego, elemento dinámico y guerrero por excelencia. Para Heráclito, el fuego es la forma arquetípica, modélica, de la materia.
Las cosas cambian continuamente mediante la lucha y la tensión producidas por el fuego, que constantemente se enciende y apaga y lo transforma todo. Esto es, somos y no somos, en cada momento somos otro distinto, como el río que fluye, en cada instante igual y distinto a sí mismo.

 PARMÉNIDES (s. V a.C.)
Para Parménides la razón es el único camino para llegar a la verdad. A través de los sentidos captamos lo falso del mundo. El ser de las cosas se encuentra más allá, a un nivel más profundo. Lo falso es el cambio, lo que hay de cambiante en todas las cosas,  y lo verdadero, lo que conocemos por la razón, es lo estático, que es el ser. La razón es el camino para conocer la verdad y los sentidos son el camino para conocer la opinión. A través de esta última, hemos dado existencia a los fenómenos inexistentes. Todos los objetos de los sentidos son para él “meros nombres”, sin existencia substancial, pura invención. El camino de la verdad es la vía de la luz, que nos conduce al conocimiento de los primeros principios de todas las cosas, al contrario que el de la Opinión (doxa), que es la de la oscuridad o de la noche.

Según Parménides, para alcanzar la verdad hay que: 1) prescindir de los sentidos y acudir al pensamiento; 2) hay que pensar correctamente, a partir de premisas correctas; Parménides acepta, por tanto, que tanto verdad como error son deducidos.
Su punto de partida es la distinción entre ser/pensar. Es posible que un nombre no diga nada real; la palabra es concebida como un nombre que se da a la cosa: la cosa no es su nombre, sino que recibe un nombre. Esto nos lleva a la distinción entre palabra y cosa: la palabra es nombre, pero sólo nombre, no llega a representar el verdadero ser de la cosa.
Si el no ser no es y, por tanto, no se lo puede enunciar, podemos negar el vacío y la pluralidad. La definición de cualquier pluralidad se podría resumir en la fórmula A no es B, pero esto es lo mismo que decir que no B es, y por tanto, el no ser es, lo cual es una contradicción; por tanto, no hay pluralidad.
Si no hay pluralidad no hay movimiento, no puede darse el paso de algo a otra cosa distinta, ya que no hay nada diferente. Pero, en este punto (aún estamos en una proposición condicional): si no hay pluralidad no hay movimiento. Por ello, para negar el movimiento, Parménides intenta hacer ver que la propia proposición que expresa el movimiento es contradictoria en sí misma, ya que en el movimiento sólo se podría pasar del no ser al ser o del ser al no ser; pero para afirmar el movimiento así entendido hemos de admitir un elemento que no puede ser pensado: el no ser; por tanto, el movimiento no existe, aunque de algún modo es (Aristóteles lo enunciará en términos de potencia versus acto).
A partir de este desarrollo llegamos a la afirmación de que el ser es; pero el ser es uno, inmóvil, sin fin; sin embargo, “sin fin” no quiere decir infinito; no puede ser infinito porque entonces le faltaría algo; y si le faltase algo le faltaría todo, no sería; pero, como, a pesar de todo, -concluye Parménides- es, tendremos que concluir que no tiene fin, pero no es infinito.
 
ANAXÁGORAS (Siglo V a.C.)
Aceptaba las tesis de Parménides pues pensaba que la generación y corrupción –En contra de lo que proponía Heráclito- no son posibles en la naturaleza. Tampoco admitía la existencia del vacío.
En la naturaleza sólo hay mezclas y disgregaciones y nada puede surgir o desaparecer. Consideraba que en la realidad hay tantos elementos como substancias distintas existen, por lo que debía de haber un número infinito de elementos, a lo que llamó semillas (Aristóteles se referiría a estas “semillas” como homeomerías). Estas semillas poseen todas las cualidades, primarias y secundarias, y son eternas e inmutables. Para Anáxagoras nada procede de la nada, sino que todo se ha generado a partir de todo; así cada una de las cosas contiene de alguna manera todas las demás. Las semillas son infinitas y pueden dividirse hasta el infinito sin agotarse, ya que al no existir la nada siempre quedará una porción que poseerá las mismas cualidades.
En su cosmología, mantiene que las diversas uniones de las semillas se deben al Nous (o “Inteligencia ordenadora del cosmos”). Es decir, del caos originario se pasa al cosmos (orden) gracias a la intervención del Nous y una vez puesto en movimiento el universo se podría explicar por sí mismo, sin necesidad de apelar al Nous. El Nous se limita a dar movimiento de torbellino a toda la masa inicial compuesta por semillas de todas las cosas y la rotación originó la separación de los elementos.   

 PLURALISTAS.
Se han llamado así porque todos parten de una pluralidad de principios originarios. Todos ellos explican la generación del universo por la asociación de diferentes cuerpos elementales que forman agregados. Estos pensadores ven que es imposible explicar la pluralidad de las cosas a partir de un único principio, por eso deciden que sea la pluralidad misma la que lo explique. Es una pluralidad de elementos en una mezcla originaria la que da como resultado el cosmos.

 PITÁGORAS (570- 490 a .C)
  
los pitagóricos creyeron que los principios de las matemáticas eran los principios de todos los entes, de todo ser que tenga existencia en el mundo.
¿Cómo tuvo su origen esta idea? Parte de la metamúsica: Los griegos sabían producir diversos tonos, más o menos altos o bajos, con diversos instrumentos. Sabían que entre ciertos tonos había unos intervalos especialmente agradables de oír: quinta, octava y cuarta. Estos tonos y estos intervalos constituían la escala tonal. Mediante los intervalos se introducía orden, armonía y belleza, límite y estructura, en el desordenado e ilimitado campo de los tonos. Pitágoras se dio cuenta de que cuanto más corta es la cuerda de una lira, tanto más alto es el tono que su vibración produce, y trató de descubrir alguna relación cuantitativa entre la longitud de la cuerda y la altura del tono producido, llegando a la conclusión de que los intervalos octava, quinta y cuarta entre tonos se reducen a las proporciones 2:1, 3:2 y 4:3. Es decir, los intervalos musicales son completamente explicables por las proporciones numéricas, son números. Pero, si la música se reduce a números, ¿por qué no todo lo demás? Parece ser -concluyó Pitágoras- que todas las cosas son en último término números.
Los números son realidades que tienen un equivalente geométrico, estrictamente material y que se corresponde directamente con el número. El número es equivalente al punto; pero “punto” entendido como unidad geométrica, unidad de medición; a partir del punto se puede construir toda la realidad.

Importante es también mencionar la religión oscurantista que profesaban los pitagóricos, el orfismo: religión de culto a Dionisos que buscaba la purificación a través de virtudes místicas y ascéticas. La base de esta religión es que el ser humano tiene una naturaleza dual, el cuerpo y el alma, en la que ésta se encuentra prisionera en el cuerpo. El cuerpo es “lo malo” y el alma, “lo divino”, por lo que se entiende esta vida como una preparación para una vida más allá, así se cree en la resurrección y reencarnación mediante un proceso de transmigración de las almas, se crean unas normas de conducta para desligarse del cuerpo. Esta religión constituye la cosmovisión de las clases sometidas. (Esta idea la retomará Platón explicándola a través de su Alegoría del auriga)
 
EMPÉDOCLES  (483-424a.C.)
Parménides había sostenido que la realidad no puede proceder de la no realidad, e intuye que tampoco la pluralidad parte de una única unidad originaria (su monismo deviene, como hemos visto, del punto de partida del conflicto “ser” frente a “no ser”). Empédocles se enfrenta con ambas exigencias simultáneamente. Para este pensador, no hubo nunca, una unidad original, sino más bien cuatro substancias distintas desde siempre: Fuego, Aire, Tierra y Agua. Estos elementos llenan entre sí la totalidad del espacio y no dejan lugar en el Universo al vacío inexistente. Todos los seres se componen de estos elementos o formas irreducibles de materia, combinados en diversas proporciones. Cuando se dice que una cosa nace o perece, sólo acontece, en realidad, que una combinación temporal de dichos elementos indestructibles se disuelve y surge otra. El cambio no es más que una simple reordenación y dos son las fuerzas motrices últimas, que, en unión de dichos elementos, pueden realizar esta nueva mezcla para explicar el movimiento en el espacio, el amor y el odio.

LOS ATOMISTAS: LEUCIPO Y DEMÓCRITO (s. Va.C)
Leucipo y Demócrito aceptaban la tesis parmenídea de que lo existente es eterno e inmutable, y al mismo tiempo rechazaban que sea un único objeto. Lo existente está constituido por una infinidad de objetos duros, indivisibles, eternos e inalterables: los átomos. Defendían la existencia del vacío, condición del movimiento de los átomos. Eso es todo lo que realmente hay: los átomos y el vacío.
Por debajo de las apariencias lo único que de verdad ocurre es que los átomos se juntan o se separan y adoptan momentáneamente configuraciones como resultado de sus choques. Los átomos mismos no cambian, ni nacen, ni mueren, sino que permanecen eternamente inalterados e idénticos a sí mismos.
Sin vacío, no puede haber movimiento; sin embargo, puesto que evidentemente el movimiento es algo real, ese espacio vacío tiene que ser también una realidad. Lo existente es la materia, los átomos. Lo no existente es el vacío (ojo, se marca la diferencia entre el verbo “ser” y el verbo “existir”). De algún modo, pues, tanto lo existente como lo no existente son dos realidades. El vacío es lo que separa unos átomos de otros y aquello en que los átomos se mueven.
Hay un número infinito de átomos, que difieren unos de otros tanto en forma como en tamaño. El universo entero está formado por un espacio vacío e infinito en el que se mueven al azar y en todas direcciones una infinidad de átomos.
Los fortuitos choques y enganches de los innumerables átomos en el infinito espacio vacío producen infinitos mundos distintos.
El mundo es un torbellino de átomos. Los átomos más grandes y los conglomerados más densos se van agrupando en el centro del torbellino, dando lugar a la tierra y el mar. Los átomos más ligeros forman el aire, éstos circulan a mayor velocidad en la periferia del torbellino, arrastrando a su paso a grandes piedras, que son los astros.
La teoría atómica llevó a estos filósofos a distinguir entre cualidades primarias u objetivas (solidez, extensión, figura, forma, movimiento y número) y las secundarias (gusto, color, sabor sonido, las que captamos por nuestros sentidos), subjetivas. [Idea que, como veremos, retomará Aristóteles]
 
 LA DEMOCRACIA ATENIENSE.
Desde la caída de la tiranía de Hippias y las reformas constitucionales de Klistenes, a finales del siglo vi a.C., hasta la conquista de Atenas por los macedonios, a finales del siglo IV a.C., Atenas vivió dos siglos de democracia, brevemente interrumpida durante la guerra del Peloponeso. Las reformas políticas de Klistenes habían acabado con la preponderancia política de la aristocracia, limitando su influencia al Areópago, especie de tribunal constitucional encargado de velar por la constitucionalidad de las leyes y de vigilar su aplicación por los magistrados. El principal exponente de la democracia ateniense fue Pericles -que desde el 461 a .C. hasta su muerte en el 429 a .C.- dominó la política ateniense. Este período representa el punto culminante del Imperio Ateniense, de la democracia ateniense y del esplendor artístico y cultural de Atenas.


Democracia (δημο-, ‘pueblo’ -κρατία ‘gobierno’) significa gobierno del pueblo. Esta democracia era un tanto distinta de lo que hoy entendemos por tal, pues, en Atenas esto se tomaba al pie de la letra. La facultad popular de gobierno no se delegaba en unos representantes elegidos ni se confiaba a una burocracia profesional. Eran los ciudadanos del pueblo ateniense los  que, directamente, ejercían el poder y gobernaban. Y la principal institución del estado era la Asamblea Popular, integrada por el pueblo entero. La Asamblea no era la representación del pueblo, sino el pueblo mismo. La democracia ateniense era una democracia asamblearia directa. La Asamblea era soberana, su poder era total y absoluto, no sometido a ningún tipo de limitación. Ahora bien, cada reunión de la Asamblea era un mitin y el que mejor hablaba o más divertía o impresionaba a la audiencia, el que lograba apasionarla, dominaba la situación política. Sin embargo, en efecto, de los quinientos mil habitantes que llegó a tener Atenas en el siglo V a.C., aproximadamente trescientos mil eran esclavos -que no poseían ningún derecho-, y cincuenta mil metecos -extranjeros-, que carecían de derechos civiles. Si del resto, no tenemos en cuenta a las mujeres, que no eran consideradas como ciudadanos, ni a los niños, que tampoco lo eran de hecho; resulta que el número de “auténticos ciudadanos” era de cincuenta mil, es decir, sólo de alrededor de un diez por ciento de la población.



Era, por tanto, muy importante tener una gran capacidad oratoria, una gran capacidad de convicción. Fue en este contexto en el que apareció la sofística como una filosofía que lo relativizaba todo, sometiéndolo al poder de la palabra y al poder de convicción. La verdad, lo verdadero, ya no estaba en un mundo ideal independiente de nosotros, sino que verdadera era aquella opinión que vencía en una disputa dialéctica. En contraposición a esta filosofía, surgió Sócrates, para quien sí había verdades ciertas, tanto en Ética como en Política, verdades que eran independientes de la mera convención o de la mera conveniencia  como ocurría con los sofistas.

 

LA SOFÍSTICA.

La palabra sophia significaba primariamente habilidad o destreza en un oficio. Más tarde sophós pasó a designar también al que es sabio y prudente. El sofista es el que practica la sophia. Por tanto, “sofista” es sinónimo de sophós, y significa tanto hábil o diestro como sabio.



Las cosmologías filosóficas ejercieron una influencia disolvente sobre las creencias religiosas de los helenos. Pronto se multiplicaron las cosmovisiones filosóficas rivales e incompatibles entre sí. Y las conclusiones a que llegaban no siempre coincidían con los datos extraíbles de la experiencia. El resultado de todo esto fue un creciente escepticismo, tanto en el ámbito religioso como filosófico. Se extendía en pensamiento de que no hay más realidad que la de las cosas aparentes que captamos por los sentidos y que no hay más verdad que la de las opiniones que en cada momento creemos. La democracia, sobre todo a partir de Pericles, acostumbró a los atenienses a considerar que cada uno tiene sus opiniones y que tanto vale la opinión de uno como la del otro.

El triunfo de la democracia se basaba en la negación de que unos ciudadanos fuesen por naturaleza o por familia más capaces de gobernar, más virtuosos políticamente, que otros.



Los sofistas enseñaban el arte de la retórica, lo que muchos han llamado el lenguaje de la persuasión, y con éste un presupuesto epistemológico -el escepticismo-, por el cual, el conocimiento sólo puede ser relativo al sujeto.  Un representante de esta ideología fue Protágoras (480- 411 a .C.), influenciado por la doctrina de Heráclito, -doctrina que adaptó a su relativismo filosófico- considera que en toda cuestión pude haber dos razonamientos opuestos entre sí.  Para apoyar esta tesis se basa en que la verdad es individual, y desde luego no hay nada estático, ni universal ni eterno, ya que la “verdad”, para él, es accesible a cualquier ser concreto y particular. Pa ra Protágoras, la verdad es algo de lo que cualquier sujeto puede estar persuadido sin observación de la realidad. De este modo, defendía que era posible persuadir de que lo blanco era negro, ya que podía haber creencia pero no conocimiento. Gorgias  (485- 380 a . C.) es otro sumo representante de la Sofística; sus conclusiones – a parir de la crítica de las tesis de  Parménides- vienen a afirmar que nada existe y. si algo existe, no puede ser conocido; aún más: si algo existe y puede ser conocido, no puede ser comunicado. La base que encuentra Gorgias para tales aserciones es la misma que la de Protágoras:  “cada cosa para mí es, tal como me parece que es”.


 SÓCRATES (469- 399 a .C)
"Mi consejo es que te cases: si encuentras una buena esposa serás feliz, si no te harás filósofo"
“Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia.”
“La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia.”
Frente al saber del mundo a raíz de las ciencias técnicas, Sócrates insiste en lo esencial y auténtico del conocimiento propio. Para Sócrates, la tarea del hombre consiste en velar por su alma y, de este modo, el cuidado del alma es la tarea fundamental del hombre. En este sentido, “hacer mejores a los ciudadanos es algo distinto de lo que han intentado los políticos e, incluso, de lo que enseñan la mayoría de los sofistas. La areté (‘virtud’) extensible a lo bueno, lo mejor, lo selecto, se funda en el conocimiento -en el conocimiento de sí mismo y en el conocimiento de la verdad sobre las cosas-. Sócrates defenderá que “aquel que sabe lo que es bueno, lo ejecuta, porque nadie hace el mal a sabiendas. El ser malo sólo lo es por ignorancia.”

Hay una faceta esencial de Sócrates que lo contrapone a los sofistas; pues, éstos ofrecen un saber, en tanto que Sócrates lo busca. El sofista ve la discusión como una competición. Sócrates postula el diálogo como una búsqueda en común en donde enseñante y enseñado colaboran en esa aventura dialéctica con el fin de hallar “la verdad”. Los sofistas se mueven en el plano de la doxa, opinión, y el triunfo que prometen a sus clientes está sometido a la aceptación de los valores vigentes (cierto que los sofistas critican algunos de esos valores, pero sólo para revelar mejor los mecanismos que pueden conducir al triunfo, y para destacar lo que hay de artificio en la cultura aceptada.). Sócrates renuncia a ese éxito social; su objetivo es indagar a fondo qué es cada hombre como tal, cuál es su bien real, qué son las virtudes y los vicios de verdad, y cuál es el mejor camino hacia la felicidad real. Rechaza el plano de la doxa, para buscar la verdad a partir de una crítica dialéctica incesante.

Sócrates no jamás escribió sus doctrinas o tesis. Todas sus enseñanzas fueron orales según el testimonio de Platón, destacado alumno  que, póstumamente, las recogió y amplió por escrito.

“No hace grandes discursos sino que se dedica a los diálogos, considera que a través del método dialéctico, alcanzamos el logos (hablar, decir, narrar, dar sentido).“



Dialéctica se traduce habitualmente como razón, aunque también significa discurso, verbo, palabra. En cierta forma pues, significa razón discursiva que muestra su sentido a través de la palabra.



Estos diálogos no son arbitrarios, si no que están metodológicamente construidos. En el proceso del diálogo podemos distinguir dos partes: la ironía y la mayéutica, que se puede concretar en dos formas de razonar la inducción y el nacimiento de la tesis respectivamente.



La ironía como método inductivo: Sócrates interroga a sus interlocutores a partir de la confesión de su ignorancia sobre el tema que se va a tratar. De esta manera, el que afirma que “sólo sé que no sé nada” obliga a sus interlocutores a responder a las preguntas acerca del diálogo, que solían versar sobre temas como la amistad, el valor, la justicia, etc. Examinando  las respuestas que le ofrecían, observa que nadie responde a la pregunta sobre el “¿qué es?”; por ejemplo, nadie dice qué es la belleza en sí, se conforman con dar ejemplos. En este punto, comienza el momento del razonamiento inductivo (el dirigirse hacia un concepto general, una verdad universal a partir de casos menos generales o particulares). La ignorancia de Sócrates no es un mero no saber ya que reflexiona sobre los fundamentos del conocer al percibir que los que presumen de saber se basan en un enmascaramiento de su propia ignorancia disimulándola con un saber parcial. Por esta razón, la ignorancia que descubre Sócrates en sus interlocutores aparece como una ironía.



La MAYÉUTICA o nacimiento de la tesis: La mayéutica es “el arte de dar a luz” aquellas ideas que están en la mente de los interlocutores sin que éstos lo sepan. El punto de partida se concreta a través de la manifestación del falso saber que detentan, la finalidad es adquirir el verdadero saber. Sócrates trata de liberar la ignorancia de sus interlocutores al hacerles ver las confusiones en las que descansa su pensamiento; de este modo, a su vez libera las verdades que están presentes de manera virtual en la mente: de manera que, ayuda a “dar a luz” unos conocimientos que poseen y que no conocen. Este proceso reanuda el diálogo dirigiéndolo hacia la definición general del concepto que se está examinando. Se pretende captar la esencia, “lo que es”. Implícitamente sugiere que hay un logos común entre los interlocutores, por lo que postula la existencia de verdades absolutas en contra del relativismo sofista. Pero no admite definiciones nominales por lo que los diálogos no concluyen en ninguna definición resumida en un mero nombre o denominación.

Las respuestas a las preguntas constituyen la teoría ética basada en el análisis de los conceptos. Sócrates identifica el conocimiento de los conceptos éticos con la práctica de la virtud y como consecuencia, la felicidad. Identifica el saber con la virtud, incluso llega a decir que “nadie hace el mal a sabiendas”, además vincula la felicidad con el obrar bien.