San Agustín (354-430 a.C.)
San Agustín de Hipona representa a la teología cristiana frente a la filosofía greco-romana. Su pensamiento supone una articulación, una bisagra, entre la Antigüedad Clásica y la dad Media Cristiana. Desde esta perspectiva se debe interpretar su pensamiento filosófico y teológico.
Su padre, Patricio, era pagano; y su madre, Mónica, era cristiana. El filósofo llevó una vida apasionada y disoluta hasta que se convirtió al cristianismo, en el año 386, llegando a ser ordenado obispo de Hipona, región denominada Annaba en la actualidad y que forma parte de Argelia.
San Agustín se formó en la cultura clásica latina, estudió retórica en Cartago y ya entonces demostró gran interés por la filosofía como medio para acceder a la verdad. Su inquietud intelectual lo llevó a fijarse en el escepticismo, en Platón y Plotino; y en el maniqueísmo. La influencia latina en su formación se hace evidente en sus escritos, que tienen una argumentación rigurosa y sólida.
Nunca escapó de la polémica, si creía que podía ser útil para establecer la doctrina cristiana. Así, polemizó contra los académicos, los donatistas, los maniqueos, los pelagianos, los jansenitas, contra Arrio, Juliano y Máximo, entre otros.
Es uno de los autores que más ha influido en la cultura occidental, ya que no sólo sintetizó el mundo antiguo, sino que también abrió numerosas cuestiones del mundo moderno.
idea principal: San Agustín establece una diferencia entre libertad y libre albedrío.
La libertad: "Que el ser humano sea libre, implica que tiene capacidad para elegir entre el bien y el mal."
Por libertad entiende Agustín el estado de bienaventuranza o felicidad en el que el ser humano goza de Dios y no puede pecar.
Desde el punto de vista teológico el creyente puede salvarse si elige bien, o condenarse, si opta por el mal. Incluso, aunque haga la elección correcta usando su libertad, no puede salvarse solo, a causa del pecado original, y necesita de la ayuda divina, es decir de la gracia.
La apuesta por el bien no tiene un carácter exclusivamente individual y abarca a la sociedad, como explica San Agustín en su obra La ciudad de Dios.
El libre albedrío
Por libre albedrío hay que entender la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, que es propia de los seres humanos.
Esto enfrentó a Agustín con pensadores coetáneos suyos, como los maniqueos, (seguidores de la doctrina de Manes) y los Pelagianos (seguidores de la doctrina de Pelagio). Manes era un pensador persa que defendía un dualismo entre dos principios opuestos, el bien y el mal, o la materia y el espíritu. Cuando predomina el mal, el hombre se ve obligado a pecar, sin que tenga responsabilidad en ello, y por lo tanto no merece ser castigado.
Por el contrario, el bien le hace comportarse conforma a la virtud, sin que tenga por hacerlo mérito alguno. Según los maniqueos, todo está establecido de antemano y no existe en el hombre la capacidad de elección.
Frente a ellos, Agustín defiende la existencia de la voluntad o libre albedrío, capaz de elegir sin la coacción del mal. Para él, elegir el mal es responsabilidad del hombre libre, que no puede culpar de sus decisiones a un dios malo. Para el filósofo, mediante el libre albedrío y con el auxilio de la gracia, el hombre puede orientarse hacia el bien.
Por su parte, Pelagio sostenía que la redención libró al hombre del pecado y lo salvó, dándole la posibilidad de llevar una vida limpia, debido a la gracia recibida. De eso deduce que el hombre no hace el mal.
Agustín rebatía esta corriente de pensamiento anteponiendo la existencia del pecado original, que habría marcado a todos los seres humanos. Al nacer con es mancha, el hombre es un pecador, pero el libre albedrío, apoyado por la gracia, puede conducirle al bien. Como el propio filosofo explica: “Dios juzgó más conveniente sacar los bienes de los males que impedir todos los males”.
Por sí mismo, el hombre sólo puede pecar, y por eso necesita de la ayuda divina. “No basta la sola voluntad del hombre, si no la acompaña la misericordia de Dios; tampoco sería suficiente la misericordia de Dios, si no la acompañara la voluntad del hombre”.
Así, San Agustín hace compatibles libertad y libre albedrío. La libertad en cuanto libertad, se perdió por causa del pecado original, pero Dios concedió al hombre el libre albedrío para que pudiera elegir el bien y salvarse con ayuda de la gracia.
Su obra filosófica
San Agustín escribió Del libre albedrío (Del Libero Arbitrio) entre 368 y 395, consta de tres libros, en los que se refleja el dialogo entre el autor y su amigo Evodius. En el texto se pueden percibir ciertas dudas en Agustín, algo considerado comprensible, ya que cuando escribió la obra tenía 34 años de edad y sólo hacía dos que se había convertido al cristianismo.
El libro I trata del mal. Si Dios lo ha creado todo, también seré responsable del mal.
El libro II reflexiona sobre dos cuestiones:
1- ¿Por qué nos ha dado Dios la libertad, causa del pecado?
2- Objeción: si el libre albedrío ha sido dado para el bien, ¿cómo es que obra el mal?
Se pregunta el autor si existe Dios, del que todo procede. Y responde afirmativamente por la ordenación de la realidad que estableció en su sabiduría. Lo creado participa (platonismo) de una forma trascendente (Dios), afirma Agustín, siguiendo a Platón.
El libro III reflexiona acerca de la libertad. Se pregunta si es compatible con la presciencia divina. Y responde nuevamente que sí, ya que según él el pecado desordena el mundo, por lo que debe ser castigado para restablecer la justicia. El hombre cuenta con la gracia para ordenarse bien, sin desviarse hacia el pecado, del que es responsable por la libre decisión de su voluntad (liberum arbitrium voluntatis). Si opta por el bien tendrá una vida feliz, pero si lo hace por el mal, se alejará de Dios por su pecado.
Existe e libre albedrío, que Dios concedió al hombre para que lo utilice bien, en lugar de usarlo para pecar, lo que puede hacer bajo su propia responsabilidad. Según el filósofo es preferible pecar a que todo esté determinado por la voluntad absoluta de Dios, pero como consecuencia existe el castigo, que no es un mal, sino un bien para que el hombre pueda rectificar y perfeccionarse.
Aparecen aquí también las doctrinas agustinianas sobre la predestinación, la gracia y el pecado original, que desarrollará en obras posteriores.
El problema del mal fue una preocupación constante en la vida de Agustín, que llegó a atormentarse con él: “Buscaba lleno d dolor de dónde venía el mal- Y ¡qué tormentos de parto eran aquellos de mi corazón!, ¡qué gemidos, Dios Mío!” (Confesiones, VIII). El mal no viene de Dios, que sólo lo permite para dirigirlo a un bien mayor.
El mal procede de los seres humanos, que apartan su voluntad de Dios y caen en pecado o mal mortal, por causa del mal uso de la libertad humana y de una mala elección: “Dios doto a la criatura racional de un libre albedrío con tales características que, si quería, podía abandonar a Dios, es decir, su felicidad, cayendo entonces en la desgracia”. (La ciudad de Dios, XXII, 1,2).
¿Por qué posee el hombre libre albedrío? Porque los mandatos divinos de nada servirían si los humanos no tuvieran libertad para realizarlos. Entonces, sencillamente, esos mandatos no se hubieran dado.
Algo similar ocurre para San Agustín con la gracia: si los hombres la tuvieran por sus propios méritos, entonces Dios no la hubiera concedido.
Sobre esto Comenta Bayle (1647-1706): “Quienes dicen que Dios permitió el pecado porque no hubiera podido impedirlo sin atentar contra el libre albedrío que había dado al hombre y que era el más bello regalo que le había hecho, se exponen mucho… Este pensador considera que difícilmente Dios habría conservado “al primer hombre un libre albedrío sano e íntegro, cuando iba utilizarlo para su propia perdición”, ya que entonces ese libre albedrío “No era un buen regalo”. Concluye Bayle que la mejor respuesta a la pregunta ¿por qué Dios permite que el hombre peque?, radica en decir: "No sé nada; creo tan sólo que le han asistido razones muy dignas de su infinita sabiduría, pero que me son incomprensibles”.
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